terça-feira, 23 de outubro de 2012

FERNANDO PESSOA E ESPANHA

España contra Iberia, Pessoa contra Unamuno

El desencuentro con nuestro país muestra la faceta de pensador político del gran poeta portugués

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España contra Iberia, Pessoa contra Unamuno
España contra Iberia, Pessoa contra Unamuno 
JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN Dos títulos recientes vuelven a poner de actualidad la cuestión de las relaciones entre Fernando Pessoa y nuestro país. Antonio Sáez Delgado, profesor en la Universidad de Évora, compendia sus investigaciones sobre el tema en Fernando Pessoa e Espanha; Jerónimo Pizarro reúne en Ibéria. Introdução a um imperialismo futuro (Ática) los dispersos fragmentos dedicados a una cuestión que siempre preocupó a los portugueses: la posible unión de los pueblos peninsulares.
Las relaciones de Fernando Pessoa con España, país que nunca visitó, fueron escasas. Cierto que mantuvo relación epistolar con algunos poetas ultraístas, pero le ignoraron los nombres de primera fila más interesados por Portugal -Unamuno, Eugenio d'Ors- y los que le conocieron apreciaron más su labor de crítico que de poeta. Ramón Gómez de la Serna, que vivió en Portugal algunos de los años más fecundos de su trayectoria literaria, le cita, equivocando el nombre, como uno más entre los escritores jóvenes.
Adriano del Valle fue el único escritor español que conoció personalmente a Pessoa. Ocurrió en 1923, cuando el poeta andaluz visitó Lisboa en viaje de novios. Durante un mes se vieron casi diariamente. Pero Pessoa nunca le habló de su obra, sino de la de su amigo Mário de Sá-Carneiro, cuya poesía intentaba Adriano del Valle traducir y publicar en España.
Tras la guerra civil, Adriano del Valle se convirtió en una de las más destacadas figuras literarias del nuevo régimen. En los años cuarenta, viajó con frecuencia a Portugal. Eran viajes oficiales, de exaltación de la amistad entre dos países regidos por un régimen fascista similar. Nunca entonces se acordó del autor de los heterónimos ni hizo nada por divulgar su obra en España. La memoria le vino, ya en los años cincuenta, cuando un pariente de Pessoa, Eduardo Freitas da Costa, que vivía en España, le preguntó por él. Freitas da Costa colaboraría más tarde en el número monográfico que la revista «Poesía» dedicó a Pessoa y que supuso la revelación de toda su plural grandeza para los lectores españoles. Antonio Sáez Delgado achaca el olvido actual de Adriano del Valle a su militancia falangista, a su estrecha relación con el régimen de Franco. Pero leemos su «Canto a Portugal», un extenso poema que Sáez Delgado reproduce íntegro, y nos encontramos con un epígono de la retórica del modernismo. A Adriano del Valle, un poeta colorista y menor, no se le margina por su relación con el franquismo, sino que fue esa relación la que le permitió ocupar durante un tiempo un lugar muy superior al que le correspondía por sus méritos literarios.
El desencuentro de Pessoa con España lo ejemplifica su relación con Unamuno. Le escribió enviándole la revista «Orpheu», de la que estaba tan justamente orgulloso, y Unamuno, que mantenía correspondencia con todo el mundo y que tan atento estaba a cuanto ocurría en Portugal, ni siquiera le acusó recibo. A Unamuno eran otros nombres los que le interesaban: Texeira de Pascoaes, Eugénio de Castro, y esos fueron los poetas portugueses más divulgados en España en los años en que Pessoa realizó su obra.
La preocupación iberista de Pessoa le llevó a un enfrentamiento con Unamuno que parece saldar viejos resentimientos. Pessoa, que fue además de poeta, muchas otras cosas -entre ellas un pensador político-, soñaba con la unión de todos los pueblos peninsulares, con una nueva Iberia que tuviera en Europa y en el mundo el papel central que la Península había tenido en el siglo XVI, en la época gloriosa de los descubrimientos. Pero esa unión no era una unión con España, todo lo contrario: sólo sería posible con la desaparición de España, de la España imperialista. Sus palabras no dejan lugar a ninguna duda: «Portugal no quiere ser español, ni de una forma ni de otra. De los odios que la Historia siembra, el odio del portugués al español imperialista es el único que nos ha quedado, porque el odio contra los franceses que nos invadieron con Napoleón y contra los ingleses que nos lanzaron el Ultimátum ya han pasado y han desaparecido». Pessoa identifica España con la Castilla a la que los portugueses derrotaron en Aljubarrota: «La primera nación enemiga de Iberia es España, en el sentido de la actual España: Castilla imperando antinaturalmente en un agrupamiento que no consiguió integrar porque no integró a Galicia ni a Cataluña».
Para Pessoa el espíritu ibérico es una fusión del espíritu mediterráneo con el atlántico, «por eso sus dos columnas son Cataluña y la nación galaico-portuguesa». Castilla sería sólo una región de intercambio y de estabilización de esas dos influencias límites; su papel: ser «el del fiel de la balanza entre esas dos inclinaciones marítimas».
El iberismo de Pessoa no podía sino chocar con el de Unamuno, basado en la preponderancia de Castilla y su idioma. En una entrevista publicada en Portugal en los años treinta declaró: «Fui siempre contrario a la fragmentación de la Península. Estoy en desacuerdo con las aspiraciones separatistas de Cataluña, de las provincias vascongadas, mi tierra. Un sueño de poetas, de intelectuales? Si le pregunta a un campesino, a un comerciante catalán, a un hombre del pueblo, si quiere la independencia, verá lo que le responden». Y luego añade: «Pienso que vale más escribir en una sola lengua, en beneficio de la propia cultura, que permanecer encerrado en una lengua inaccesible, poco divulgada. ¿Qué ganan los catalanes escribiendo en catalán? ¿Qué ganan los vascos escribiendo en su lengua? La cultura catalana, finalmente, es conocida por sus escritores que escriben en castellano». Incluso los portugueses -insinúa Unamuno- ganarían escribiendo en castellano. Y Pessoa le responde con algo exasperada sensatez: «El argumento de Unamuno es realmente un argumento para escribir en inglés, ya que esa es la lengua más difundida del mundo. Si yo me abstuviera de escribir en portugués porque mi público es limitado, puedo escribir en la lengua más difundida de todas. ¿Por qué he de hacerlo en castellano? ¿Para que usted pueda entenderme? Es pedir demasiado para tan poco».

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